Tacámez y sus pesares.

 

El entorno en que vivimos carga con nuestras alegrías y nuestras tristezas, y ningún acto nuestro, por anónimo que sea, deja de influir en el resto de quienes lo habita. Cada uno de nosotros lo representa en cada uno de sus actos. (Albino Ramírez,2002:8)

Érase una vez, en la tierra de Tacámez, paraíso tropical de la gran Esmeraldas que Pizarro y Ruiz, no pudieron someter. Ahí, se vivió un suceso que vale registrar en la memoria histórica de tan bello pueblo.

Por los años 90 llegó de otros lares de litoral ecuatoriano el sátrapa Fredsaldga, en busca de la subsistencia.

Tacámez con la plenitud de su bondad e inocencia lo había acogido. Le ubico un espacio donde abrigarse. Le abrió la puerta de la oportunidad a un trabajo y coadyuvó a saciar su sed y hambre.

Por tres ocasiones confió en él. Le entregó el sillón municipal para que dirija y oriente el desarrollo de los tacameños.

No se equivocó el gran agnóstico Robert G. Ingersoll, orador del siglo XIX, que expresó: “Si quieres saber cómo es realmente alguien, dale poder”.

El ingrato advenedizo reveló su naturaleza humana eclipsada por la ambición personal y la sed de poder.

A pocos días de asumir su tercer periodo como alcalde despidió a un centenar de trabajadores, hijos del pueblo que le abrió la puerta con amor. Tal cual, lo había hecho en sus admiraciones anteriores.

Con placer disfrutaba de lo que arbitrariamente había ejecutado. Le importaba un coño la angustia y desesperación de aquellos trabajadores despedidos y discriminados. Obreros que solo buscaban revindicar sus derechos y lograr les paguen sus remuneraciones devengadas.

Ningún concejal sensibilizado por los derechos humanos fundamentales se pronunció en contra de la arbitrariedad jurídica del sátrapa.  

Por el contrario, mantenían una actitud indiferente y apática. Ignoraban sus roles y el rol del concejo. Los ediles desconocían que aquella instancia de poder legislativo municipal se había creado para legislar en favor del pueblo y para frenar los actos arbitrarios, los abusos y la falta de transparencia del poder ejecutivo local.

Ellos, nunca comprendieron las palabras del gran literato y pensador cubano José Martí que dijo: “El que vive de la infamia o la codea en paz, es un infame. Abstenerse de ella no basta: se ha de pelear contra ella. Ver en calma un crimen es cometerlo”.

Los concejales cargarán esa cruz infame de atropello a sus hermanos tacameños. El sátrapa Fredsadga, quedará definido y registrado en la memoria histórica del pueblo que lo acogió como aquel vil hombres que describiera el gran maestro persa Bahá´u´lláh, al expresar “Soy como agua clara pero amarga, que aparentemente es pura y cristalina, pero de la cual, al ser aprobada por el divino Catador, ni una gota es aceptada”.






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